Aparcar en un aparcamiento subterráneo es
algo que no requiere demasiado esfuerzo, tan sólo consiste en entrar, coger el
correspondiente tique y buscar un hueco para dejar el coche. Paso a paso sería
lo siguiente: se elige un aparcamiento subterráneo para dejar el coche. Parar
frente a la rampa subterránea de entrada, coger el correspondiente tique y ¡oh,
sorpresa!, una voz femenina enlatada y autoritaria indica los pasos a seguir:
- “Siga las instrucciones de la pantalla
frontal. Diríjase a la puerta número 8”.
La pantalla indica lo mismo: “puerta nº 8”. No queda más opción que seguir las instrucciones en cuanto la barrera se ha levantado. Una vez dentro del aparcamiento subterráneo una fila de cuatro puertas dobles de cristal, cada una numerada, nos esperan cerradas. Me dirijo a la número 8 y, de nuevo, otra barrera delante de cada puerta, incluyendo la mía, la 8. Introduzco el tique desde la ventanilla del coche en la correspondiente ranura de un pequeño poste. Se levanta la barrera y las puertas de cristal se abren al estilo de las de los aeropuertos, pongamos por caso. Meto el coche en la cabina. Veo por el espejo retrovisor cómo las puertas se cierran detrás de mí. Delante hay igualmente otras puertas de cristal que permanecen cerradas. Imagino entonces que debo bajarme del coche y alguien se encargará de aparcarlo. De nuevo la voz femenina comienza con su retahíla de instrucciones:
- “Siga las instrucciones de la pantalla. Eche el coche hacia atrás”.
En la pantalla aparece una flecha
indicando dar marcha atrás y a continuación un Stop en rojo. Freno de
inmediato.
- “Salga del vehículo y recoja la antena. Abandone la cabina”.
Mi neurona aún no ha procesado que debo
bajarme del coche a toda velocidad. Y la voz femenina insiste:
-“Salga del vehículo y recoja la antena. Abandone la cabina”.
En ese momento soy consciente de que debo bajarme del coche. Recojo la chaqueta y demás trastos que llevo en el asiento trasero poniéndome “de los nervios” como se dice ahora, mientras la voz machacona insiste en su orden nuevamente:
- “Salga del vehículo y recoja la antena. Abandone la cabina”.
Salgo lo más rápidamente posible de la cabina donde ha quedado mi coche para evitar oír nuevamente las instrucciones. Las puertas de cristal se cierran detrás del coche y me quedo expectante, sin saber qué hacer.
No pasa nada. Nadie viene a recoger mi
coche para aparcarlo por mí. ¿Será que tengo que volver a meter el tique en la
columna de la izquierda.
Lo hago y sale en la pantallita un mensaje: Espere, medición
de su coche”.
Nadie se acerca a tomar medidas de mi
coche y a los pocos segundos la voz femenina que ya me es familiar suena
nuevamente desde el televisor:
- “Su coche excede las medidas”.
Se abren de nuevo las puertas de cristal y yo sin salir de mi estupefacción, pliego automáticamente los espejos por si acaso y salgo nuevamente ante la insistencia de la voz femenina:
- “Salga del vehículo y recoja la antena. Abandone la cabina”.
“Que sí, que ya salgo”,
digo internamente.
Me quedo de nuevo detrás de las puertas cerradas y ante mi asombro la pared lateral izquierda se baja por arte de magia (me doy cuenta de que tan sólo es una lona de plástico que separa las cabinas) y la plataforma de debajo de mi coche se desplaza hacia la izquierda de la cabina. A continuación veo descender mi coche, sobre su plataforma hacia un nivel inferior y desplazarse ahora hacia la derecha, justo debajo de la cabina.
“Curioso sistema de aparcamiento” pienso mientras me dirijo hacia las escaleras para salir del aparcamiento. “Se me ha olvidado cerrar el coche” y es que con la perplejidad de la primera vez, y siguiendo las instrucciones una a una, la voz femenina no nos recuerda que debemos dejar cerrado el coche.
De regreso al aparcamiento, pago a través de su cajero automático y veo que al lado hay nuevamente una columna estrecha con una ranura, introduzco el tique y me dispongo a seguir las instrucciones:
- “Recoja su vehículo en la puerta 13 ó 14” señala en la pantalla.
- “¿Pero no fue en la puerta 8 donde metí el coche?” pienso mientras busco las puertas correspondientes. Al llegar observo que la número 13 es la salida que se corresponde con la entrada número 8. En una pantalla situada entre las puertas 13 ó 14 leo el siguiente mensaje:
-“S vehículo saldrá en dos minutos”, con lo cual, me entretengo en buscar en las entrañas dónde estará mi coche a través de una ventana situada debajo de la pantalla. Contemplo cómo empieza a hundirse la pared lateral derecha y la plataforma con mi coche se desplaza igualmente hacia la derecha, sube a mi nivel y vuelve a desplazarse a la izquierda quedando mi coche frente a las puertas de cristal de la número 13. Me subo en mi vehículo, arranco y me marcho del aparcamiento a toda velocidad.
Esto no es una película de ciencia-ficción, es el aparcamiento robotizado del puerto de Vigo. Tiene capacidad para 350 vehículos y lleva funcionando siete años. En Madrid, nuestro querido y nunca bien ponderado alcalde don Alberto Ruiz Gallardón quiere construir dos o tres aparcamientos de este tipo. Imagino la cara de perplejidad de los madrileños –la misma que la mía- al aparcar por primera vez en uno de estos futuros aparcamientos robotizados de Madrid. Vigo nos ha sacado una ventaja de varios años.
Aparcar en este tipo de aparcamiento tiene sus pegas, como se deje algo en el coche olvidado, hay que olvidarse de ir a por él más tarde. Y como se tenga prisa para salir con el coche del aparcamiento, va uno listo.
Saludos,
Mayrit
24 de agosto de 2008
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