Recuerdo con cariño este
bar-restaurante, no por haberme refugiado allí de los “grises” cuando estudiaba
en la facultad. Allí comíamos mi padre y yo todos los jueves, era un rito para
nosotros. Casi siempre nos sentábamos en la misma mesa, una del rincón, y
coincidíamos con otras personas asiduas. Nos conocíamos todos. El personal y
sobre todo el dueño, tenían (y tienen, imagino) un trato exquisito con cada uno
de los comensales. Se sabían ya nuestros
gustos.
Fueron muchos años comiendo los
dos juntos y después, el paseo: Princesa hasta el metro de Sol.Como mi padre
era militar de Aviación, al llegar a la plaza de España le decía “con paso
firme y marcial”, y comenzábamos a subir la cuesta de la Gran Vía. Cada año que
pasaba, le costaba más subir la cuesta. Al llegar a Callao le decía en broma
“hemos coronado la cuesta, mi Coronel”.
Mi padre murió hace nueve años y
ya no volví allí. Un día que pasé por la puerta del restaurante decidí saludar
a los camareros y al dueño y me comentaron que se habían imaginado el porqué
dejamos de comer allí. Tengo una deuda con ellos y algún jueves, iré a comer
allí con Jesús.
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