¡Qué útiles son los ascensores! y la
poca importancia que les concedemos, hasta que llega el día en que se estropea
el de nuestra casa y tenemos que subir varios pisos a pie. Cuando por fin
llegamos arriba, resoplando y con la lengua fuera, es cuando valoramos el
invento.
Cuesta imaginar una casa sin ascensor y, sin embargo, siguen
existiendo en Madrid miles de edificios que carecen de tan útil elemento, y lo
más grave, es que la mayoría de estas casas están habitadas por personas de
edad avanzada, a los que no les vendría nada mal la ayuda de uno.
El ascensor
apareció en Madrid hacia 1874. En 1893 se instalaron en el barrio de Salamanca,
con lo que desapareció la segregación vertical acomodándose en los pisos
personas de cualquier condición social. Antes de la aparición del ascensor, y
como dije en otra ocasión, los pisos principales o más bajos eran habitados por
las personas más pudientes y, conforme ganaban altura, se destinaban a los que
menos dinero tenían, por la incomodidad que suponía subir muchas escaleras. Por
este motivo, el portero tenía su vivienda en el último piso o en la buhardilla.
Con el tiempo, la situación se ha invertido. La contaminación a la altura del suelo, los ruidos y sobre todo el ascensor, han hecho que los pisos más
valorados sean los altos.
Los ascensores también han evolucionado mucho. De los
primitivos acristalados con asiento incluido que lentamente subían y no podían
ser utilizados para bajar, hemos pasado a los modernos y rápidos que suben y
bajan a tal velocidad, que uno no sabe si está subiendo o bajando. Esta
velocidad ha hecho que desaparecieran los bancos adosados que tenían los
antiguos ascensores para sentarse tranquilamente mientras se subía al piso
elegido, pues apenas daría tiempo a tomar asiento.
Del libro “Curiosidades y anécdotas de Madrid”, 2ª parte
Isabel Gea.
Ediciones La Librería. 5ª edición. 6,50€.
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