El metro madrileño se ha aplicado
aquello de "renovarse o morir" y se ha lavado la cara, por decirlo de
alguna forma. La
Compañía Metropolitana nos invita al metro, porque ahora, las
estaciones tienen tiendas, cafeterías y teléfonos públicos, entre otras
innovaciones. Las nuevas líneas llevan aire acondicionado, altavoces que
anuncian las estaciones y las correspondencias, así como paneles en los andenes
que informan del tiempo que falta en llegar el próximo convoy porque nuestro metro
nada tiene que envidiar al de otras ciudades.
Pero el metro ya es viejo. Nació el
17 de octubre de 1919. Cuentan que cuando Alfonso XIII inauguró la primera
línea, comentó, con su acostumbrado buen humor, que la compañía (la del metro)
era de las pocas que le invitaban para poner la última piedra, y no la primera,
como ocurría casi siempre, refiriéndose al gran número de obras inacabadas en
Madrid.
Esta primera línea tenía 3.598 metros entre Sol y Cuatro Caminos,
entonces barriada del extrarradio. Sólo eran necesarios siete minutos y
cincuenta y seis segundos para llegar de un extremo a otro, frente a los treinta
o cuarenta minutos que empleaba el tranvía en el mismo recorrido, lo que
produjo que en el primer año, el metro fuera utilizado por catorce millones de
viajeros, una media de 38.000 pasajeros diarios.
El metro revolucionó la vida
social madrileña. Gracias a este rápido medio de transporte, la gente salía más
a menudo a visitar a los amigos, los novios se citaban en la boca del metro o,
en un andén, si querían evitar que la madre de la novia les viese.
Incluso, la
gente que no tenía dinero para divertirse, bajaba al metro a entretenerse
viendo pasar los trenes.
Del libro “Curiosidades y anécdotas de Madrid”, 2ª parte
Isabel Gea.
Ediciones La Librería. 5ª edición. 6,50€.
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