El civismo y la buena educación son
dos cosas que, en la mayoría de los casos, brilla por su ausencia en Madrid. Aunque distintos alcaldes han procurado siempre que el madrileño respete la
ciudad, lo cierto es que pocas veces se consigue.
Como ejemplo baste citar a
los patos del Manzanares, algunos de los cuales aparecieron muertos a los pocos
días de convertirse en los nuevos inquilinos del río, o los cisnes del estanque
del Palacio de Cristal del Retiro que, al día siguiente de llegar a tan bonito
lugar, fueron también asesinados, o el número tan grande de setos y plantas que
aparecen arrancados en el Retiro, o las farolas de los parques, que con
frecuencia son el blanco de gamberros que se dedican a romperlos a pedradas, o
los numerosos vidrios rotos que aparecen cada mañana después de unos festejos o
los residuos de un botellón... Por desgracia, esto ha sido así siempre.
En
abril de 1847, Mesonero Romanos propuso que se rotulasen los nombres de las
vías en las primeras farolas de cada calle. Se llevó a cabo y... a los pocos
meses, las farolas estaban rotas.
Y no aprendemos.
Del libro “Curiosidades y anécdotas de Madrid”, 2ª parte
Isabel Gea.
Ediciones La Librería. 5ª edición. 6,50€.
Comentarios
Publicar un comentario