Durante el reinado de Fernando VII,
la que fuera última morada de Cervantes, fue adquirida en pública subasta por
un hombre llamado Luis Franco, quien decidió derribar la casa para levantar
otra nueva. Cuando comenzó el derribo, llegó la noticia a Mesonero Romanos. Don
Ramón, alarmado, no dudó en solicitar al rey que se impidiera la demolición de
una casa de tanto valor cultural e histórico. El rey concedió a Mesonero la
compra de la casa, cosa que no sentó nada bien a su propietario, quien,
tercamente, se negó a vender la casa.
-Nada de eso, en mi casa mando yo. ¿Qué se
cree Fernando VII? Yo ya sé por qué quiere la casa, pero no se la vendo. ¿Cree
el rey que no sé yo, que en esa casa vivió Don Quijote de la Mancha? Y como yo lo leo
todos los días, tengo el gusto de tener su casa».
Es fácil de imaginar la cara de
asombro de don Ramón, ante semejante respuesta. La casa, no sólo no fue vendida
a Mesonero sino que se derribó, ante el dolor de aquellos, don Ramón incluido,
que trataron de conservarla.
Una vez levantado el nuevo edificio, el que vemos
hoy en la calle Cervantes esquina a León, Mesonero Romanos consiguió que se
pusiera al menos una lápida conmemorativa, aunque tras muchas gestiones, porque
el testarudo e "informado" propietario, no veía razón para ello,
puesto que «a ese señor- refiriéndose a Cervantes- no le conozco de nada».
Del libro “Curiosidades y anécdotas de Madrid”, 2ª parte
Isabel Gea.
Ediciones La Librería. 5ª edición. 6,50€.
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