Cuentan
que la duquesa de Osuna compró los terrenos para construir el una finca de
recreo y, «de paso,
dar rienda suelta a su afición por la simbología y, sobre todo, la tradición
masónica». Cierto día, un mendigo se acercó a la quinta caprichosa pidiendo comida
y cobijo a los duques y, estos, le ofrecieron vivir en la ermita que recién
habían construido en el centro del Capricho, a condición de que viviera como un
ermitaño y no se cortara jamás el pelo y las uñas. Cuando murió, los duques le
enterraron bajo una pirámide masónica, que se puede ver en el parque.
El ermitaño aceptó las condiciones de los duques, se quedó a
vivir en la ermita y con los años, terminó convirtiéndose en un ser grotesco
con el pelo largo y las uñas, más largas aún. En la actualidad se dice que por
las noches escuchan los lamentos de fray Arsenio, que así se llamaba el
ermitaño, recorriendo el parque por las noches.
Nos lo cuenta el ABC de ayer
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