Esta tarde, al pasar por Correos a recoger un paquete, he visto que el taller de organillos ha
cerrado definitivamente. En la puerta metálica de cierre hay pegado un folio metido en una funda de plástico que señala que el 3 de febrero se solicitó licencia urbanística para convertir el local en un centro de pilates.
En 2004, cuando hice una foto ya estaba cerrado pero con el número de teléfono del dueño, Fernando Ochoa por si alguien quería ponerse en contacto, aún conservaba el rótulo de cristal negro con el nombre rotulado en amarillo.
Fernando Ochoa empezó de pequeño a aprender a tocar y fabricar organillos con Antonio Apruzzese (1905-1995). Este era hijo de Luis Apruzzese, el introductor de este instrumento en Madrid. Ochoa quiso vender, antes de la crisis, el Museo del organillo -los ocho que él atesoraba, alguno centenario- al Ayuntamiento y a la Comunidad de Madrid, pero ambos se desentendieron.
Fernando Ochoa alquilaba alguno de ellos para fiestas y verbenas. No sé qué suerte habrán corrido los organillos.
Comentarios
Publicar un comentario