Hay olores buenos, malos, regulares y orientativos. Según
Modesto Sánchez de las Casas, hasta los años veinte del siglo XX, existían
numerosos y diferentes olores que caracterizaban plazas y calles, así como
barrios. Incluso, los olores variaban según si era de día o de noche. Cuenta
que, siendo él niño, iba a pie al colegio y «había un primer y extendido olor
que en cierta manera nos decía si llegábamos tarde o temprano a clase: el
artilugio de tostar café, que expandía sus estimulantes efluvios humeantes a la
puerta de las tiendas de "Ultramarinos". Si el olor era ya penetrante
a café tostándose, tendríamos que emprender el galope so pena de llegar tarde a
clase».
El famoso fotógrafo Alfonso, también describía los olores
como algo típico en Madrid: «algo muy típico de Madrid eran los olores. La
calle de Montera y la calle de Toledo olían a café, pues había varios
tostadores en la acera. La calle del Pozo olía a hojaldre de la pastelería.
Moncloa olía a jabón y a limpio de la fábrica de Gal que estaba enfrente de la Cárcel Modelo (hoy
Ministerio del Aire). En las Ventas y Tetuán olía a perfumes y lociones. En
contraste, hoy Madrid huele a gas-oil y a bolsas de basura despanzurradas».
En la actualidad aún queda, al menos, un lugar con un
olor muy característico: la salida de la estación de metro de Sol que da a la
calle Mayor, frente a la pastelería La Mallorquina. Es la
salida más olorosa, en el buen sentido
de la palabra. El aroma a pasteles y bollos recién sacados del horno invita a
salir corriendo del metro, donde el olor a humanidad y aglomeración es
inevitable. ¿Quién se resiste a entrar en la pastelería?
Del libro “Curiosidades y anécdotas de Madrid”, Isabel Gea.
Ediciones La Librería. 10ª edición. 6,50€.
http://www.edicioneslalibreria.es/
Comentarios
Publicar un comentario