Durante siglos, la gran mayoría de
las casas de Madrid, salvo los pisos de la Plaza Mayor, tenían
tan sólo una planta. La culpa, por así decirlo, la tuvo Felipe II, quien, al
trasladar la Corte
a Madrid, estableció por primera vez una ley que duró hasta 1860 y que obligaba
a los habitantes de la ciudad a alojar en sus casas a los miembros de la Corte, para solucionar así
el problema del alojamiento de embajadores, servidores, funcionarios, etc. Para
esto, creó una carga llamada "regalía de aposento" que obligaba a los
propietarios de casas de más de un piso a ceder las demás plantas, de forma
gratuita, a dichos miembros de la
Corte. En consecuencia, los madrileños comenzaron a construir
casas de una sola planta, para no cumplir con esta obligación. Estas casas eran
llamadas de "incómoda repartición" y que la picaresca madrileña, que
tantas veces aflora, bautizó como "casas a la malicia" porque
maliciosamente se buscaba la forma de eludir el impuesto.
Las casas de dos pisos se camuflaban
en caso de inspección, destinando aparentemente la planta baja a establos, la
primera a viviendas y la segunda a desván, aunque en la realidad se utilizaban
todas las estancias para vivir. Pero además, había otro motivo. El primer piso
pertenecía al rey, el cual, podía venderlo a quien quisiera. Si el dueño tenía
dinero, se lo compraba al rey pero si no lo tenía, era preferible construir una
casa con una sola planta. Se calcula que a principios del siglo XVI había en
Madrid unas mil "casas a la malicia", provocando un problema de
superpoblación dentro de un espacio reducido que estaba limitado por una cerca perimetral.
Del libro “Los
porqués de Madrid”, Isabel Gea.
Fecha de la publicación:
Octubre 2010 - 13.95 €.
Editorial: Ediciones La
Librería.
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