Y se hizo la luz con Felipe II.
Hasta el reinado de dicho
rey, los habitantes de la Villa
y Corte procuraban no salir de sus casas durante la noche más que lo
estrictamente necesario. El motivo no era otro que la oscuridad total y
absoluta que reinaba en la ciudad al caer el sol.
Fue precisamente Felipe II
quien obligó a los moradores de la capital de España a encender, limpiar y
conservar las farolas de aceite en las fachadas.
Estos son los comienzos del
alumbrado público. Pero esta norma no se cumplía siempre. Con los reyes menos
preocupados por la ciudad, la norma era olvidada, permaneciendo las calles
oscuras, y por consiguiente, peligrosas.
Carlos III mantuvo la costumbre de
iluminar las calles a rajatabla, en cambio, su hijo Carlos IV, fue menos
estricto.
Por fin, en 1832 llegó el alumbrado de gas utilizándose
por primera vez para conmemorar el nacimiento de la infanta María Luisa
Fernanda, hermana mayor de Isabel II.
Para este acontecimiento se iluminó la Puerta del Sol, así como
todas las calles que a dicha plaza confluyen, aunque luego quedó reducido el
alumbrado al exterior del Palacio Real.
Tres años después, el marqués viudo de
Pontejos, corregidor de la Villa ,
ordenó sustituir las 4.770 farolas de candil por 2.410 nuevas de gas,
contratando para ello 187 faroleros que tenían a su cargo entre 40 y 44
farolas.
Dos datos curiosos:
las farolas permanecían encendidas tan sólo hasta
las tres de la madrugada y se encendían todas las noches salvo las que hubiera
claridad por la luna, que se calculaban unas sesenta y siete al año.
Muy ahorradores.
Del libro “Curiosidades y anécdotas de Madrid”, Isabel Gea.
Ediciones La Librería. 10ª edición. 6,50€.
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