Quien pasee habitualmente por el
parque de la Dehesa de la Villa está habituado a ver unos capirotes, como
pirámides truncadas. Poca gente sabe lo que son realmente. Son respiraderos del
antiguo viaje de agua de Amaniel, también conocido como viaje de Palacio,
porque se construyó en el reinado de Felipe II para abastecer el Alcázar.
El viaje nacía en el Norte de la
ciudad, cerca del cementerio de Fuencarral y se dividía en dos ramales: uno que
recorría el parque de la Dehesa de la Villa (antigua Dehesa de Amaniel) y otro
que atravesaba la antigua huerta del Obispo, hoy parque de Agustín Rodríguez
Sahagún. Se unían en la antigua quinta de los Pinos, al final de la Dehesa de
la Villa y bajaba por las calles de Guzmán el Bueno y Amaniel hasta la plaza de
Oriente. Era propiedad real.
Los viajes de agua consistían en unas
galerías subterráneas de entre 7 y 12 kilómetros de longitud cuyo fin era
transportar el agua que captaban de las capas freáticas, ya fuera de
lluvia como de un arroyo cercano. Para ello se aprovechaba la pendiente que
existía entre la zona Norte y el centro de Madrid. Estos viajes tenían la
altura de una persona y en el centro había una cañería abierta que llevaba el
agua hasta las fuentes públicas, conventos, casas particulares, huertas y
jardines. A un lado, o a ambos de la cañería, se construía un andén para que el
maestro fontanero encargado del viaje, pudiera inspeccionarlo y ver que el agua
fluyera cristalina.
Las minas o galerías de los viajes de
agua tenían cada cierta distancia un pozo de captación de agua que al mismo
tiempo servía de aireación para el agua. Estos pozos estaban cubiertos por un
“cascarón” de granito que tenían forma de pirámide truncada con base cuadrada
con un orificio para la buena aireación.
La captación del agua se hacía en el
noroeste de Madrid, en los términos de Fuencarral, Chamartín, Canillas y
Canillejas, entre los caminos de Fuencarral y de Alcalá, y las galerías se
construían entre 5 y 40 metros de profundidad, dependiendo del terreno. Si
hacía falta se revestían de ladrillo para evitar derrumbamientos. A una
distancia de unos cien pasos más o menos, se construía un arca para que el agua
reposara y se aireara y una cambija, para poder desviarla en ángulo recto. El
agua llegaba a la ciudad a un arca desde la cual, por medio de cañerías,
llegaba a cada una de las fuentes instaladas por todo Madrid.
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