Mientras
la mayoría de los medios andan atareados con que si los restos hallados son o
no de Cervantes, Ana Botella, cumpliendo su hoja de ruta de aquí a las
municipales, visitó ayer la antigua Nave de Boetticher y Navarro, la cual ha
pasado de ser la futura “Catedral de las Tecnologías” a “ser Madrid Campus de
la Innovación”, «con el objetivo de ser un lugar de encuentro de
emprendimiento y nuevas tecnologías« y que «va a contribuir a que en nuestra
ciudad crezca la innovación, fundamental para el crecimiento económico en el
mundo actual».
La noticia no deja de ser una nota de prensa más, con afán
electoralista en este caso y que, para la inmensa mayoría de los madrileños,
salvo que vivan en el distrito Villaverde, esta nave no les dice nada. Está
situada junto a la Gran Vía de Villaverde. Según el Colegio de Arquitectos, fue
construida entre 1940 y 1952 y se atribuye su construcción al ingeniero Eduardo
Torroja, en colaboración con Ricardo Gómez Abad. Torroja está considerado como
el mejor especialista en estructuras de hormigón. Un claro ejemplo de él es la
marquesina (gigantesca) del Hipódromo de la Zarzuela (1935), que fue Premio de
Arquitectura.
La Nave Torroja o la “Catedral de Torroja”, como también se
la conocía, fue ocupada por la fábrica de ascensores y maquinaria pesada
Boetticher y Navarro (que, hasta tuvo su propio equipo de fútbol: la Sociedad
Recreativa Boetticher que, en 1988, se fusionó con la Sociedad Recreativa
Villaverde dando lugar a la Sociedad Recreativa Villaverde Boetticher Club de
Fútbol, pero esta es otra historia). Mide 140 metros de largo por 16 de alto,
lo que nos da una idea de su envergadura. La empresa quebró en 1992 y, desde
entonces, la nave fue degradándose lentamente. Es un edificio protegido que ha
sido rehabilitado -en plan “modernillo”- y su titularidad pasó al Ayuntamiento.
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