Allá
por 1958 abrió sus puertas el Aquarium Madrid, en el número 8 de la calle
Maestro Victoria, muy cerquita del lugar donde cada año, por Navidad, El Corte
Inglés monta su espectáculo de Cortylandia. Allí se pueden ver pirañas, peces,
rayas, reptiles, morenas, ranas, sapos, iguanas... y era visita obligada en la
mañana de los domingos cuando yo era pequeña. Me fascinaba el lugar, con sus
sótanos llenos de peceras y terrarios.
Durante
dos días de exposición se pudo contemplar una tortuga muy especial, medía algo
más de un metro de diámetro y Salvador Dalí utilizó su caparazón para dejar
pintada en ella una obra de arte, como si de un lienzo se tratara. La única
condición que el artista puso es que el quelonio fuera puesto en libertad.
Dicho y
hecho. Dos días estuvo expuesta la tortuga artística de Dalí y, posteriormente,
fue devuelta a las profundidades marinas. Con lo longevas que son las tortugas,
si algún submarinista se topa con ella, que sepa que es la tortuga cuyo
caparazón dejó inmortalizado el genial artista. Lo cuenta el ABC sacado del
libro “Madrid oculto”, de Marco y Peter besas (Ediciones La Librería).
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