Primero
fue un convento, luego una checa, posteriormente cárcel (la de Torrijos) y,
finalmente, residencia de ancianos. Allí estuvo encerrado Miguel Hernández. Una
placa que pasa desapercibida lo recuerda.
A
principios del siglo XX, la última voluntad de doña Fausta Elorz fue la
construcción de una residencia de ancianas regentado por las Hijas de la
Caridad. Durante la Guerra Civil el edificio cambió su
función pasó a ser penal de mujeres.
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