Para
evitar desgracias, nuestra querida y nunca bien ponderada alcaldesa ha decidido
que lo mejor para los madrileños es desmontar el obelisco gemelo del que se
desplomó anteanoche, y aquí paz y después gloria. Y el pobre obelisco huérfano,
ya sin su hermano gemelo caído, ¿irá a parar al famoso almacén del Taller de
Cantería de la Casa de Campo?
¿Y al
autor de los dos monumentos gemelos se le resarcirá de la destrucción de sus
obras? Y es que nuestra ciudad es experta en cargarse monumentos según le dé.
Véase la magnífica cascada de 77 metros de longitud situada en la plaza del
Descubrimiento y que caía, con gran ruido, formando un arco, sobre el acceso al
Centro Cultural de la Villa. ¡A saber quién ha tenido la feliz ocurrencia de
sustituirla por una mampara de plástico translucido imitando la cascada!
Claro
que como el autor de la cascada, Manuel Herrero Palacio, autor igualmente de
las dos fuentes cuyos chorros simbolizaban las tres carabelas ya había muerto,
no pudo reclamar.
¡Señor,
señor! qué poco respeto por los monumentos. El Ayuntamiento debe pensar que son
de quita y de pon.
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