Cuesta creer que hace poco más de
cien años, por las noches no se podía entrar en Madrid por donde uno quería.
Había que hacerlo por una de las cinco puertas de acceso que entonces existían.
Hasta 1868, Madrid estuvo cercado, impidiendo
que la ciudad se extendiera, a pesar del aumento paulatino de la población.
Esta cerca -la última- fue construida por orden de Felipe IV por motivos
fiscales. Además, servía como medida de vigilancia y seguridad. Había varias
salidas o accesos que estaban flanqueados por puertas o portillos.
Las puertas
eran en total cinco: Segovia (situada en el cruce de la calle de Segovia y la
ronda del mismo nombre), Toledo (en la glorieta del mismo nombre), Atocha (en
la glorieta del Emperador Carlos V), Alcalá (en la plaza de la Independencia) y
Bilbao o de los Pozos de la
Nieve (en la glorieta de Bilbao).
Las puertas se cerraban en invierno a
las diez de la noche y a las once en verano. Sin embargo, siempre había un
retén que permitía el paso si era necesario.
Los portillos -doce en total- eran
considerados de segundo orden, por eso, sólo permanecían abiertos desde el
amanecer hasta el anochecer. En 1868 se derribaron la cerca y las puertas salvo
la de Alcalá y Toledo, que han permanecido en pie hasta nuestros días.
El
proyecto de ensanche de la ciudad hizo que aquel Madrid, que medía cuatro
kilómetros de Norte a Sur y tres y medio de Este a Oeste, haya llegado en la
actualidad a los 18,75 y 11,50 kilómetros respectivamente.
En 1995 ha sido construida una
réplica de la puerta de San Vicente, en la glorieta de San Vicente, antiguo
portillo derribado a finales del siglo pasado, aún cuando se pensó conservarlo.
Del libro “Curiosidades y anécdotas de Madrid”, 2ª parte
Isabel Gea.
Ediciones La Librería. 5ª edición. 6,50€.
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